La Cuerda del Torico de Chiva, sentido y significado
Sabemos que, desde los orígenes de la humanidad, el toro, el más poderoso de los animales, de energías temibles y cornamenta fálica, ha sido considerado mágico, sagrado. Así, el tótem prodigioso intervendrá en diferentes prácticas religiosas, también en nuestra Península, que se convierten, además, en cruciales ritos de paso. Estas prácticas tan enraizadas serán asimiladas posteriormente por el cristianismo, ligadas a la intercesión de la Virgen o a los milagros de santos taumaturgos. Al mismo tiempo, formarán parte del complejo sistema ritual que acompaña al ciclo productivo, orientadas a conseguir la intervención de los intermediarios sagrados en la incontrolable e impredecible naturaleza, que tanto condiciona la vida del agricultor. Serían fundamentales en las fiestas de cosecha, que marcan los tiempos en sociedades agrarias.
Una de estas ceremonias ancestrales, muy arraigada en diferentes regiones de nuestro país, será la del “Toro enmaromado”. La peligrosa costumbre de conducir toros con cuerdas para cazarlos, para acercarlos al matadero, para domesticarlos, para celebrar liturgias o para probar su valor con ellos; será también, o al mismo tiempo, una práctica, asociada a ese carácter simbólico al que hemos aludido. Así pues, desde el País Vasco (soka-muturra) hasta Andalucía (Gayumbo), todavía se conservan, según zonas, diferentes variantes o modalidades que tendrán que ver, pues, con el origen y la finalidad de cada rito. Eso sí, será común en todas ellas, el total respeto al ídolo lustral o fecundante, el principal protagonista; el que otorga sentido al festejo.

Uno de ellos es el de Chiva, “El Torico”, un festejo que se ha desarrollado, en agosto, desde tiempo inmemorial y que se ha ido extendiendo a otras poblaciones cercanas. Una modalidad de “Toro de vida” de gran trascendencia histórica que, además, genera gran cantidad de manifestaciones culturales y forma parte esencial de nuestra idiosincrasia; es, sin duda, nuestra principal seña de identidad.
La badana y su cuerda, el elemento ritual
La carrera del torico es una liturgia entrañable, parece que un antiguo ritual de fecundidad, de cortejo, cuyo cometido fundamental es correr al toro por el pueblo, para que lo lustre, conducirlo limpiamente, con el máximo respeto. Llevarlo hasta casa de la madre o de la novia, para que fecunde los campos y las personas, en una época en las viviendas están limipias, recién “emblanquinadas” y las cambras están repletas de frutos. Habrá que guiarlo con templanza, acoplándose a su ritmo, evitando que se enrede o que se haga daño. No se trata de hacer alardes, ni ensañarse con el astado, porque aquí el toro es el principal protagonista, es el Totem, por eso se valora la destreza del corredor y su empatía con el animal y con los compañeros que sujetan la cuerda, tanto como su arrojo.

Para proteger al animal de la rozadura de la cuerda y aliviarlo de su tensión, se coloca en su testuz una “badana”, que, como ésta, elabora el “correcher” o guarnicionero local. Hasta hace unos años esta artesanía la conservaba de padres a hijo la familia de Leopoldo López, pasando a su muerte a su discípulo Pablo Barbero. Este elemento original de Chiva, cuyo uso se ha copiado en otros lugares y que la Generalitat lo ha declarado obligatorio en este tipo de modalidad taurica, ha evolucionado a lo largo del tiempo, ganando en colorido, también como la misma cuerda. Consiste en un apero de cuero relleno, antes de esparto y ahora de esponja, que lleva en su interior una vuelta completa de cuerda para hacer una vaga. Está decorada con borlas, florones, guirnaldas, espejos o cascabeles a manera de corona multicolor. Hoy en día salen dos badanas de lujo y el resto están menos decoradas, y es durante la carrera, como siempre ha sido, donde se van quitando los adornos, que hace unos años se regalaban a las clavarias o las novias. La tarea de ponérsela se realiza, hábilmente, por los “badaneros” en los “toriles” (otro elemento singular de nuestra fiesta), desde donde sale el animal, de forma trepidante, tras la “diana” con dulzaina y tamboril y el posterior disparo de tres salvas o carcasas anunciadoras.
En este punto hay que resaltar que desde 2019, cuando se remodelaron los toriles, ha cambiado la forma tradicional de colocar la badana para evitar cualquier trastorno al animal. Así, si bien antes los badaneros se descolgaban arriesgadamente desde lo alto del toril para poner el apero en los cuernos del animal; ahora se utiliza un mueco que inmoviliza al astado y reduce el tiempo y la tensión de la operación. Por supuesto, además de evitar que el toro se ponga nervioso o se agobie, también resta peligrosidad a esta maniobra esencial, de la que dependerá la futura carrera. Si la badana no le cae bien al astado, éste no se sentirá a gusto y habrá que devolverlo al corral.

Actualmente la cuerda es de prolipropileno, aunque tradicionalmente era de cáñamo. En cuanto al color, podemos reseñar que la cuerda de lujo siempre ha lucido los colores de la bandera nacional, sea el rojo y amarillo (o el morado en época republicana). Esto por lo menos desde que tenemos referencias orales, o sea, por lo menos desde finales del XIX. Así mismo, hay que reseñar que, desde 2002, también se utiliza una nueva soga tricolor, a la que se ha añadido el color azul, para acercarse al variado colorido de la badana. Ésta se registró en 2013 y se combina con la primera, aunque también se emplea cuerda más modesta sin tintar.
Pero volviendo al uso que se le da a éste elemento, hay que reseñar que badana y cuerda serán entradas por los clavarios al final del desfile de las peñas, entre aplausos. Una vez en el toril llegará la salida y, durante la carrera, el toro irá descansando al ser atado en cada casa. En ellas, la cuerda, que en la salida mide veinticinco metros, se irá cortando, paulatinamente, para aligerarle de peso y evitarle enredos, a medida que éste se vaya cansando y disminuya su brío. Los pedazos de cuerda pequeños servirán de trofeo o recuerdo a los corredores o los habitantes de cada vivienda, mientras que los más largos los recogerá la Peña por si se necesita hacer algún empalme.
En la soga cada corredor ocupará su lugar y tendrá una función y una responsabilidad según su posición en ella, para que la conducción sea lo más eficaz. Si el primero tiene la misión de guiar a los otros corredores y meter el toro en la casa y amarrarlo en la “falleba” (ahora también en barrotes habilitados para proteger la puerta), la de los siguientes será de ayudarlo, siendo papel fundamental también el del último. Éste es el que más pendiente va del morlaco, templando más directamente sus embestidas y conduciéndole con destreza. Su número no debería de ser excesivo para poder controlar las reacciones del toro adecuadamente, siendo lo ideal un número de cinco a siete corredores, según las características del animal.
La cuerda que nos une
Es una norma no escrita, como todas en el “Torico”, que, durante la carrera, las puertas del pueblo permanezcan abiertas y libres de gente; para que los corredores puedan guarecerse. La puerta es otro de los elementos diferenciadores de nuestro rito, de los que lo hacen único. En ella, en concreto en la “falleba” de hierro, se sujeta el toro el tiempo imprescindible para “plegar” la soga y echársela a los corredores que la demanden; también para comprobar que la badana sigue bien sujeta. Sólo en caso de que el toro se vea cansado o enredado se demorara esta acción, y ya con el toro desliado y repuesto se soltará, poco a poco. Comenzará una nueva galopada para seguir un recorrido que, aunque más o menos, está preestablecido, siempre podrá variar, según quién coja la punta de la cuerda; un itinerario que se mantendrá abierto, en un pueblo que también se mantiene libre de vallas o barreras.

Muchas veces se hace entrar al toro dentro de la casa, se ata a la puerta del patio interior o se saca por otra de las cancelas. A veces, el toro traspasa el umbral y lo marca, evocando antiguas ceremonias de fecundidad precristianas. Los corredores que han metido el toro serán agasajados con los mejores manjares. El “barral” de vino del terreno, los “vasicos” de anís o de mistela, el botijo de agua fresca, las rosquilletas o “doseticas” del toro, el “pernil”, el embutido o los higos recién cogidos, son degustados en un ambiente de camaradería y cordialidad, entre bromas y risas, comentando los pormenores de la carrera.
El astado irá de puerta en puerta hasta llegar a la plaza, casi al final de la carrera, donde se lanzará la poca cuerda que le quede a sus pies. Algún osado recogerá la punta anudada y finalmente se citará al toro para que encare, delante de la soga, la recta hacia los toriles. Porque el Tótem ha de entrar primero, porque siempre es el ganador del juego, del cordial desafío. Si en la salida es él el que se suele poner delante, en el momento más trepidante de la carrera, cuando es imposible aguantar su empuje; ahora serán los corredores los que le cedan ese lugar de honor, el que se ha ganado por su aguante, por su nobleza, por su titánico esfuerzo. Es el momento de honrar y aplaudir su sacrificio; otro de esos momentos cargados de emoción y emotividad, en estas fiestas entrañables.

Así, una vez en el toril, todo el mundo se dirigirá tras el dulzainero, hacia la plaza, en un divertido pasacalle. Allí se bailarán las “Torrás” y se levantarán las “Torres” a ritmo de la “muixaranga”; y más tarde, tras los típicos almuerzos, dados al derroche y al desenfreno, tradicionalmente se han realizado (hoy ya no) las divertidas “cucañas” (con juegos de fuerzas y destreza como el tiro a garrote, palo ensebado, competiciones náuticas, etc), tan típicas de este tipo de festejos tauricos. Por la tarde, a las 18:30 horas, volverá la “diana” y las tres salvas y el toro tornará a salir para continuar con un rito que finalizará con el baile y el canto ronda a las mozas a las que se les llevó el Torico. Así, tradicionalmente, durante tres días entrañables, aunque en la actualidad se ha añadido un día de carrera “especial”, al final de los eventos que completan el sistema ritual (“albás”, pasacalles en las fiestas “de la flor y de la borla”, ceremonias religiosas, “grupas”, entradas de toros y vaquillas, “embolados”, en “punta” y en plaza, “mascletás”, comidas comunales, “Torico para niños”, …). Toda una secuencia ritual, pues, que no ha variado apenas a lo largo de los siglos y que propicia el reencuentro, el diálogo, la solidaridad, la vertebración y el hermanamiento de todo un pueblo, unido, asido a una misma cuerda.
Imágenes: Picazo, Miguel Carrión, Manolo Sánches, Asoc. Peña el Torico de la Cuerda de Chiva